“Debemos desarrollar una mirada informada, crítica y comprometida”

“Debemos desarrollar una mirada informada, crítica y comprometida”

13 de junio de 2017. Entrevista al Dr. Agustín Ibáñez, Director del Instituto de Neurociencias Cognitiva y Traslacional (INCyT), y Docente de la Lic. en Psicología de UF.

REVOLUCIÓN DEL CONOCIMIENTO

Dice que el cerebro está de moda y que las neurociencias son persuasivas. Y que cualquier cosa que uno diga suena más seria y creíble si se la adorna con jerga neurocientífica, pero advierte que es alarmante ver cuánta gente miente y negocia con esto, desde el panelista que dice que la angustia le hace bien a las neuronas, hasta la escritora de libros de autoayuda que cita estudios genéticos con ratones en sus lecciones para mejorar la autoestima, pasando por los programas de entrenamiento para “usar un mayor porcentaje del cerebro”.

“Estamos llenos de neurotimadores”, sostiene. Se trata de Agustín Ibáñez, un sanjuanino que actualmente dirige el Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (INCYT, CONICET-INECO-FAVALORO), uno de los centros de investigación en neurociencias cognitivas más importantes de Latinoamérica. Y agrega que se trata de una disciplina joven, que todavía no cumple cincuenta años. Y que, “como el vino, como el Polaco Goyeneche, la ciencia mejora con el tiempo”.

-¿Qué son las neurociencias?

– Las neurociencias son una aventura interdisciplinaria. Si alguien visita un estudio de abogados, encontrará personas que estudiaron Derecho, leyendo libros de Derecho. Si va a una comisaría, encontrará policías (¡qué revelación!). Ahora, si llega a un centro de neurociencias cognitivas se podrían encontrar neurólogos, físicos, biólogos, etólogos, psicólogos, psiquiatras, lingüistas, filósofos, sociólogos, matemáticos, estadistas, programadores, y hasta músicos (incluso algunos de ellos amateurs, como en mi caso). Además, no hay una sino muchas neurociencias: neurociencia social, neurociencia computacional, traslativa, integrativa, la neurolingüística y la neuroeducación, entre tantas otras.

-¿Cuál es su campo de estudio?

– Las llamadas neurociencias cognitivas se abocan a estudio de las bases cerebrales de la mente, desde la acción hasta el comportamiento social, pasando por un sinfín de vericuetos perceptivos, decisionales, atencionales, afectivos, lingüísticos, etc. A pesar de la heterogeneidad de sus temas de estudio, prácticamente todas las neurociencias cognitivas se valen de los mismos métodos generales para estudiar la mente. Podemos inferir procesos cerebrales de modo indirecto, empleando medidas conductuales y periféricas (como la conductividad de la piel), o de modo más directo, ya sea mediante técnicas invasivas (en animales, que implican bloquear alguna parte del tejido nervioso) o no invasivas (que nos dejan ver cómo se ‘encienden’ ciertas partes del cerebro durante determinada tarea). Dentro de estas últimas, algunas miden sucesos químicos, electromagnéticos o hemodinámicos para precisar dónde ocurre cierto evento en el cerebro asociado a tal o cual proceso cognitivo, mientras que otras registran aspectos eléctricos para investigar cuándo tiene lugar dicho proceso.

-¿Cómo se pueden aplicar las neurociencias a la educación?

-La respuesta viene de boca de la neurociencia traslacional, subdisciplina que busca llevar los resultados del laboratorio a diversos ámbitos de aplicación en la sociedad. Un caso particular de ello es el sistema educativo.

Aprender es algo que todo cerebro hace naturalmente. Sin embargo, la especie humana desarrolló un conjunto de acciones formales y controladas para guiar dicho proceso. Nos referimos a la educación escolar. Esta práctica supone cientos años de intervención diaria en los cerebros de miles de millones de individuos. Por eso, es indispensable propiciar el acercamiento entre la escuela y las neurociencias. Una disciplina incipiente, llamada “neuroeducación”, tiene como meta mejorar las prácticas de enseñanza, optimizar el aprendizaje y promover la creación de currículos educativos más eficientes. Por ejemplo, ya se ha identificado un sistema neural especializado en el procesamiento numérico (distribuido entre regiones parietales de ambos hemisferios) y se descubrió que arroja activaciones muy débiles en chicos con dificultades matemáticas. Asimismo, los avances en torno a la base neurocognitiva de la lectura invitan a repensar muchas de las prácticas alfabetizadoras tradicionales.

Ante el hecho incuestionable de que aprendemos con el cerebro, ¿no sería menester que el mundo educativo diera cabida a los neurocientíficos? Que no se malinterprete; la idea no es que las neurociencias sustituyan a las ciencias de la educación, pues no solo no deben, sino que no podrían hacerlo. Lo que necesitamos es que docentes, políticos y científicos elaboren propuestas conjuntas para guiar el aprendizaje (¡y que empiecen a estudiarlo mejor juntos!). Ya hay avances en este sentido. Poco a poco van surgiendo sociedades de neuroeducación, las revistas especializadas y las iniciativas de investigación aplicada (como el proyecto Brain and Learning, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos).

-¿Están preparados los docentes para esa aplicación, y si no es así, cómo podemos hacer para capacitarlos?

– Los educadores muestran una gran apertura a las neurociencias y un interés inusitado. El problema es que el sistema educativo actual tiene por un lado una gran crisis externa (la revolución tecnológica, el cambio en el estatus del conocimiento) y otra gran crisis interna (el sistema tiene muy pocos recursos económicos para sostenerse y crecer). Por ello creo que los docentes sí están preparados y, paradójicamente, los que no lo están aún son el sistema educativo y las neurociencias mismas.

-¿Cómo es eso?

– Me explico. El sistema educativo debería mutar para desarrollar una institucionalidad mucho más sensible a como se ha desarrollado el conocimiento afuera del aula. No es que deba imitarlo, sino que pueda adaptarse a cambios socioculturales muy fuertes.Y respecto a las neurociencias, éstas son una disciplina muy nueva, plagada de problemas: falta de validación y replicación de sus descubrimientos, uso en contextos experimentales que no son iguales a la cognición de la vida cotidiana, mucha investigación pero falta de teorías integrativas, por citar sólo algunos de los ejemplos más representativos. Por ende, no tenemos que entender las neurociencias como una disciplina acabada que genera conocimientos directamente transferibles a la educación (así es como se generan los viejos y nuevos neuromitos). Las neurociencias son una disciplina que debe poner a disposición de la educación algunos de sus conocimientos más robustos y ayudar a co-construir (no a imponer, sustituir o engendrar por sí misma) una ciencia del aprendizaje en continuo desarrollo que sirva a la didáctica educativa. No todos los neurocientíficos tienen claro esto. Si las voluntades políticas y las plataformas institucionales lo permiten, este nuevo conocimiento interaccionará con las formas en que enseñamos y aprendemos, y podremos construir puentes concretos entre la educación y las neurociencias.

-¿Desde su especialidad, cómo se trabaja en el desarrollo de la teoría de la revolución del conocimiento?
– Le doy un ejemplo concreto de mi instituto. Para publicar un trabajo científico de un experimento, debemos usar un dispositivo que mide la actividad cerebral y fue fabricado en Alemania, los datos los adquirimos con un software que fue hecho en USA, y los datos los analizamos en colaboración con investigadores en China. Todo el trabajo finalmente se publica en una revista científica de Inglaterra. Esta red invisible de conocimiento sería imposible sin la irrupción masiva y ubicua de las tecnologías digitales.

En 1991, el padre de la computación, Mark Weiser, afirmó que las tecnologías más profundas son aquellas que se entrelazan en el tramado de lo cotidiano hasta tornarse invisibles. Nuestra mente y nuestro accionar se extienden conforme asimilamos estas invenciones. Ya no es indispensable acumular toneladas de conocimiento enciclopédico. En el siglo XXI, el verdadero capital radica en saber cómo acceder a los datos necesarios, cómo gestionarlos, ordenarlos y aplicarlos. Somos testigos y protagonistas de una revolución que nos obliga a cuestionar lo que creemos saber sobre el aprendizaje. Con el acceso irrestricto a Internet, ¿tiene sentido que la mayoría de las evaluaciones escolares pongan el foco en la capacidad de memorizar datos? Los alumnos del presente y del futuro son nativos digitales. Están rodeados de tecnologías informáticas desde el nacimiento, construyen buena parte de su mundo social mediante ellas y procesan información en consonancia con las posibilidades de los aparatos (por ejemplo, realizan múltiples tareas en simultáneo con dos o más dispositivos interconectados). No hay que estigmatizar el papel de dichas tecnologías en la educación. Por el contrario, hay que aprovecharlo, como ya se hace en diversas partes del mundo. ¿Qué mejor ejemplo de la democratización del aprendizaje que la llamada ‘Hour of Code’, un movimiento global que permite que decenas de millones de personas, durante una semana, reciban instrucción gratuita sobre programación? La tecnología post moderna no sólo sirve para enseñar, sino también para evaluar. Como alternativa a las insípidas pruebas de opción múltiple o de memorización, varias instituciones están incorporando tests de desempeño en entornos virtuales interactivos mediante videojuegos. En este sentido, aquello que imaginamos como enemigo puede convertirse en nuestro mejor aliado. Tal cual se destacó en una edición especial de la revista Science, ninguna actividad suscita tanta dedicación, atención y motivación como los videojuegos. Además, el avance tecnológico optimiza el papel de las neurociencias en esta empresa. Por ejemplo, con técnicas modernas de registro conductual y cerebral podemos detectar los patrones motores y neurológicos de los expertos en cierta disciplina (bailarines, futbolistas, cirujanos) para luego enseñar esos patrones a los neófitos.

-¿Tantas posibilidades son todas buenas nuevas?

– El multitasking de la era digital supone la constante interrupción de la atención sostenida, un componente crucial para el aprendizaje consciente. Hay estudios que sugieren que la realización de varias tareas en simultáneo es perjudicial para la consolidación del conocimiento. Asimismo, sabemos que el cerebro se beneficia de la interacción con el otro. El apego, por ejemplo, incide directamente sobre el aprendizaje.

Irónicamente, las mismas tecnologías que nos acercan a un colega que vive en la otra punta del mundo nos alejan del amigo que vive a la vuelta de casa. La tecnología, al permitirnos establecer relaciones sin contacto directo, ¿podría obstaculizar el aprendizaje? También debemos contemplar las consecuencias macrosociales. Presenciamos el surgimiento de un nuevo analfabetismo digital. Como si no hubiera ya suficientes brechas sociales, ahora también se discrimina entre los que pueden acceder al mundo informático y los que no.

Si hemos de ser honestos, en estas cuestiones es más lo que ignoramos que lo que sabemos. Los videojuegos pueden ser un valiosísimo vehículo de aprendizaje, pero no existe evidencia obtenida mediante estudios longitudinales robustos (digamos, con datos obtenidos a lo largo de diez años). Del mismo modo, las plataformas de brain training que proliferan en Internet prometen un desarrollo insospechado de nuestras capacidades cognitivas. Sin embargo, los estudios recientes sobre el tema arrojan conclusiones contradictorias y algunos muestran que el progreso alcanzado en estos programas difícilmente pueda generalizarse a otros dominios. El punto es el siguiente: no sabemos bien cuál es el efecto real de la tecnología sobre la mente.

Somos todos sujetos de un gran experimento dinámico en el que no hay límites claros entre títere y titiritero. Para no terminar ahorcándonos con los hilos, es indispensable maximizar la sinergia entre la educación, la tecnología digital y el conocimiento (entre muchos otros, de las neurociencias).

“Necesitamos que docentes, políticos y científicos elaboren propuestas conjuntas para guiar el aprendizaje”.

-¿Es posible erradicar la pobreza y la desnutrición, con la aplicación de esa revolución?

– No creo. La revolución del conocimiento puede ayudar a encontrar nuevas soluciones a problemas antiguos. Pero ello no significa que el conocimiento se va a eliminar las desigualdades generadas por la brecha entre pobres y ricos.

-¿Qué podemos hacer como sociedad para ayudar?

– Como sociedad debemos desarrollar una mirada informada, critica y comprometida. A su vez, no existe tal vez un rasgo tan saliente de nuestros tiempo como la necesidad de adaptarse al cambio. Sin cierta capacidad de resiliencia y flexibilidad para el cambio, va a ser muy difícil asimilar las transformaciones vertiginosas que estamos experimentando.

-¿Y las autoridades del gobierno?

– El gobierno tiene la obligación de pensar la sociedad del mañana. Debe anticiparse a los cambios, sostener lo que no debe cambiar y apoyar las otras transiciones. Debe poner el conocimiento y la tecnología en la mano cotidiana de los ciudadanos.

“Las neurociencias son una disciplina que debe poner a disposición de la educación algunos de sus conocimientos más robustos”.

-¿Qué ventajas traería la aplicación de estándares internacionales de ciencia, aplicación tecnológica y divulgación, que usted mencionó en una entrevista anterior?

– Nuestras sociedades actuales dependen más del material intangible del conocimiento, que de los graneros y la materia prima que fueron los tesoros del capitalismo inicial. Por ello, el conocimiento y la tecnología, bien administrados podrían ser un motor de una mejor educación, y de una mejor ciencia aplicada a la industria, la empresa y la tecnología.

Los investigadores de Argentina tienen una capacidad de resiliencia excepcional. Son capaces de superar, gracias a la alta motivación y creatividad, las serias dificultades de falta de presupuesto, ausencia de formación formal de excelencia investigativa, y de colaboración internacional generada desde adentro. Por ello es que nuestra ciencia sigue siendo muy respetada. Sin embargo, los empujes individuales se pueden agotar sin el sostén metódico e institucional. La ciencia no debe estar sostenida únicamente por mentes brillantes y trabajadores excepcionales, sino que deben estar situada en plataformas estables de las que se puedan hacer escuelas del conocimiento. Este es el futuro y el desafío de la ciencia en Argentina.

-¿Se puede potenciar el capital intelectual de las personas?

– Sí, siempre y cuanto haya lugar a la motivación, los desafíos, y las posibilidades.

“La ciencia no debe estar sostenida por mentes brillantes sino que debe estar situada en plataformas con las
que se puedan hacer escuelas del conocimiento”.

¿Cómo podemos aplicar estos conceptos en una provincia como San Juan?

– Como sanjuanino (y tal vez sesgado por ello) creo que nuestra tierra tiene muchas posibilidades. La provincia de los lagos y desiertos, de las vides y los olivos, de paisajes únicos y recursos excepcionales debe saber articular lo local con lo global, lo autóctono con lo internacional. En esa dualidad esta nuestra identidad: Somos una provincia que no es lo suficientemente chica para quedarse tranquila en el conservadurismo pueblerino, y no es lo suficientemente grande para avocarse en una cosmopolitización masiva de su identidad.

Extraído de: Diario de Cuyo -Online- 

Compartir en: