El general José de San Martín en el pensamiento y la acción del doctor René G. Favaloro

El general José de San Martín en el pensamiento y la acción del doctor René G. Favaloro

25 de mayo de 2019 – Nota en Infoabe sobre nuestro fundador y su admiración por el Gral. José de San Martín.

Entre los más de trescientos trabajos publicados por el doctor René Gerónimo Favaloro, hay dos libros referidos a la figura del general San Martín. El primero de ellos lo escribió en 1987, titulado ¿Conoce usted a San Martín? En el otro, de 1991, abordó la famosa entrevista con Simón Bolívar, titulado La Memoria de Guayaquil.

Impulsado por su profunda admiración por el Libertador, y con la idea de formar en valores que subyacía siempre en cada paso de Favaloro, al regreso de un simposio realizado en los Estados Unidos, resolvió hacer un alto en su actividad, para lo cual se recluyó en su casa durante tres semanas “por primera vez”, en las que trabajó durante largas y extensas jornadas, como era su costumbre. Se entregó por entero a escribir de su puño y letra el referido ¿Conoce usted a San Martín?, que él dedicó a la juventud argentina.

En dicha obra, Favaloro, además de hacer un interesante y concienzudo repaso por la rica y vasta trayectoria sanmartiniana, se enfocó en analizar y desarrollar cuál sería la presencia actual (estamos hablando del año 1987) de San Martín en nuestras vidas a través de las cualidades salientes, sus acciones y los valores que el prócer pregonó a lo largo de su vida, en la que debió enfrentar innumerables adversidades tanto en el ámbito militar como político y económico, sin dejar de soslayar su mala salud, que lo acompañó desde temprana edad hasta su muerte.

A este respecto, Favaloro destacó al esfuerzo como un denominador común en la vida de San Martín, siendo el Cruce de los Andes un cabal ejemplo de ello.

San Martín debió crear y pertrechar un ejército, prácticamente de la nada, para lo cual puso en marcha en Cuyo una economía para la guerra, acompañado por un pueblo abnegado y patriota, con el inestimable apoyo de sus subordinados, que, al igual que su jefe, no conocieron el descanso a expensas de lograr la ansiada libertad.

A modo de ejemplo, veamos cómo encaró San Martín ese tremendo desafío, en carta a su dilecto amigo, don Tomás Guido, fechada el 14 de febrero de 1816: “El tiempo me falta para todo, el dinero ídem, la salud mala, pero así vamos tirando hasta la tremenda (…) he tenido que crear una maestranza, parque, armería, dos hospitales, una fábrica de pólvora (porque ni aun estas se me ha remitido sino para la sexta parte de mis atenciones); una provisión de víveres y qué sé yo qué otras cosas (…) y también he tenido que arruinar fortunas para sostener y crear tantas atenciones; no hablemos de gastos secretos porque esto es un mare magnum”. En otra carta, fechada el 22 de diciembre de 1816, a pocos días del inicio de la epopeya, le dice a Guido: “Trabajo como un macho para salir de esta el 15 del que entra, si salimos bien, como espero, la cosa puede tomar otro semblante, si no, todo se lo lleva el diablo”.

Favaloro apreció desde pequeño el valor del esfuerzo. Fue testigo del sacrificio de su padre, que tenía un pequeño taller de carpintería, y de su madre, que era modista. Sobre esa base se destacó como alumno en el Colegio Nacional de la Universidad de la Plata, y luego en la Facultad de Ciencias Médicas de dicha ciudad. Refiere Favaloro que una vez en allí: “Durante mis largas caminatas por el bosque, a veces me decía que quizá con un poco de esfuerzo podría constituirme en el primero de mi clase”. Y así lo hizo, ya que debido a sus calificaciones y por concurso de oposición, llegó a ser parte del internado del Hospital Policlínico de La Plata, “aspiración suprema de todo practicante”.

Como médico rural en Jacinto Aráuz (La Pampa) durante 12 años trabajó sin descanso, atendiendo a todos por igual, sin distinción de raza, religión o situación económica. Su tarea además fue la de educar y trabajar en la prevención. Iba casa por casa enseñando cuestiones básicas pero necesarias, dialogando con docentes, parteras, comadronas, sin discriminar incluso a las curanderas. Todos ellos se encargarían de desperdigar esas enseñanzas, las que incidieron decisivamente, por ejemplo, para lograr una sensible baja de los índices de mortalidad infantil en la zona.

Por otro lado, Favaloro resaltó la capacidad que tuvo San Martín para compartir con sus subordinados, y cómo este entendió con claridad: “La tarea no se debe únicamente al hombre providencial, que poco puede hacer si no tiene la ayuda total de sus colaboradores con quienes debe compartir éxitos y fracasos”.

Al respecto, sirva como ejemplo que San Martín, ya en su retiro, ponderó el trabajo realizado por el baqueano Justo Estay. Refirió que le tocaba a aquel “gran parte de la gloria de Chacabuco”, por la labor que este desarrolló en los días previos a esa batalla, dado que gracias a la información por él suministrada respecto a los últimos movimientos del enemigo en la capital chilena, San Martín decidió adelantar la acción para el 12 de febrero de 1817, y no para el 14 de febrero de 1817 como lo había planeado originalmente, lo que coadyuvó al éxito patriota en la contienda.

En ese sentido, en su obra Recuerdos de un médico rural (1980) Favaloro permanentemente hizo hincapié en la ayuda encomiable de sus colaboradores, la gran mayoría vecinos de Aráuz, quienes, impulsados por Favaloro y con el arribo de su hermano Juan José, también médico, lograron poner de pie una pequeña clínica, un centro asistencial que llegó a tener 23 camas, sala de cirugía completamente equipada, lo que representó un gran salto en materia de salud para y en beneficio de todo el pueblo.

Consecuente con ello, Favaloro sostuvo en una conferencia sobre “Marginalidad y pobreza de cara al tercer milenio”, dictada en noviembre de 1997 en la Universidad del Litoral: “Nunca recibí distinciones a título personal. Para mí el ‘nosotros’ siempre estuvo por encima del ‘yo'”.

Otra cualidad que Favaloro destacó en San Martín fue su verdadera y singular modestia, en su libro resaltó cómo el Libertador le escapaba a los homenajes después de sus éxitos militares. Tal es así que luego de la victoria decisiva en los llanos de Maipú, San Martín le escribió a Pueyrredón informándole que irá a verlo a Buenos Aires, a efectos de tranzar todo lo concerniente a la campaña para libertar al Perú, y le dice: “No quiero bullas ni fandango”. Misma actitud tomaría cuando, el 12 de julio de 1821, hizo su entrada en Lima, el centro del poder español en América, y lo hizo en el silencio y la tranquilidad de la noche, a caballo y sin escolta.

Otra muestra elocuente de su modestia puede graficarse mediante una anécdota referida a la batalla de Maipú, cuyo éxito se debió en gran medida al genio táctico de San Martín, que dispuso de una reserva para emplearla en el momento oportuno, y sobre todo a la aplicación del denominado “orden oblicuo”, maniobra que consiste en rebasar las alas del contrario y replegarse sobre su centro.

Al respecto, cuando San Martín estaba leyendo al general Juan Gregorio de Las Heras el parte de la batalla, este le señaló que de la forma en que estaba redactado iba a pasar desapercibida la genial maniobra, a lo que Las Heras le otorgaba todo el mérito de la victoria. San Martín sonrió y le dijo: “Con eso basta y sobra. Si digo algo más, han de gritar por ahí que quiero compararme con Epaminondas o Bonaparte. ¡Al grano, Las Heras, al grano! Hemos amolado a los godos y vamos al Perú. ¿El orden oblicuo nos salió bien? Pues adelante, aunque nadie sepa lo que fue. Mejor es que no lo sepan, pues aún habrá muchos que no nos perdonarán haber vencido”.

Por su parte, Favaloro ha dado también grandes ejemplos de modestia. En 1962 decidió realizar la especialidad en Cirugía Torácica y Cardiovascular, para lo cual optó por alejarse de su querido Jacinto Aráuz. Se fue de La Pampa a los Estados Unidos, tal el título de otro de sus libros (publicado en 1992), para formarse en la Cleveland Clinic, que estaba a la vanguardia en dicha especialidad.

Vale decir que empezó allí sin sueldo y como observador (simple observer), haciendo trabajos de “enfermero más o menos calificado”. No obstante lo cual, fiel a su costumbre, con trabajo, esfuerzo y responsabilidad llegó a ser decisivo en la vida de la Cleveland Clinic y en la historia de la Cardiología, con la utilización y la estandarización de la técnica llamada del bypass o cirugía de revascularización miocárdica. Además, en 1968 realizó el primer trasplante de corazón en el nordeste de los Estados Unidos.

Sobre esto último, inmediatamente conocida la noticia del exitoso trasplante, la atención de la prensa se centró en el doctor Donald Effler (jefe del Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular), quien aparecía como el responsable del suceso, lo que provocaba comentarios desfavorables en gran parte del staff de la clínica, que entendía que el reconocimiento debía ser para Favaloro, que a contrario sensu “estaba muy feliz de que así fuera. De alguna manera retribuía lo que me había enseñado y por sobre todo la libertad con que me había dejado trabajar al estimularme diariamente”.

El reconocimiento para René no tardaría en llegar, y sería además de parte del propio Effler, ya que al mes de concretada la famosa operación y antes de dar de alta al paciente, se realizó una reunión plenaria en el auditorio de Educación de la Clínica, en presencia de todo el staff, residentes, instrumentadoras, enfermeros, técnicos, etcétera. Allí, en un salón atestado de gente, el doctor Effler recordó los primeros pasos de Favaloro, sus notables contribuciones y remató: “En estos momentos en el Board of Governors tenemos un gran problema, no sabemos si esta clínica debe seguir siendo la Cleveland Clinic o cambiarle el nombre por Favaloro Clinic”.

Otro rasgo saliente que Favaloro destacó de la personalidad y acción de San Martín tiene que ver con su histórico renunciamiento, precipitado luego de entrevistarse con Simón Bolívar, en donde el Gran Capitán, con visión de estadista, se convenció de que Bolívar no tenía intenciones de colaborar con él para terminar la guerra de independencia, y que su permanencia en el Perú ponía en riesgo sus esfuerzos de diez años de revolución, razón por la cual decidió correrse del escenario y dejarle a Bolívar la gloria de terminar la guerra. Ante ello, destacó Favaloro la capacidad de San Martín de haber dado semejante paso en silencio, y haberlo sostenido ante la incomprensión que manifestaron muchos de sus compañeros de armas, incluso la de su amigo y confidente, don Tomás Guido.

El propio San Martín, el 11 de septiembre de 1848, en el epílogo de su vida, vino a confesarle al entonces presidente del Perú, don Ramón Castilla: “Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no solo comprometía mi honor y reputación, sino que me era tanto más sensible cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas en Colombia la guerra de la independencia hubiera sido terminada en todo el año 23, pero este costoso sacrificio y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto, tan necesario en aquellas circunstancias, de los motivos que me obligaron a dar este paso, son esfuerzos que usted podrá calcular y que no está al alcance de todos el poderlos apreciar”.

Al respecto, Favaloro sostuvo: “Recordemos siempre el renunciamiento de San Martín. Tengámoslo presente, pues en algún momento de la vida, grande o pequeño, según sea nuestra responsabilidad individual o social, tendremos que hacerlo y, como el Libertador, hagámoslo en silencio”.

Al momento de escribir estas ideas, Favaloro ya las había plasmado largamente en la realidad. Su renuncia a la Cleveland Clinic, en el zenit de su carrera, y dejando de lado la posibilidad de ganar formidables sumas de dinero dan cuenta de ello. Lo hizo en silencio, solo decidió escribir una carta de renuncia, que merece ser leída repetidas veces, se trata de una misiva cargada de contenido social, donde está resumido gran parte del pensamiento y la acción que coherentemente pregonó el doctor Favaloro. En ella resaltó que no había cirugía cardiovascular de calidad en Buenos Aires, que solo los adinerados podían viajar y operarse en San Pablo o en los Estados Unidos y que el resto morían lenta pero inexorablemente, sin recibir el tratamiento adecuado. “Una vez más el destino ha puesto sobre mis hombros una tarea difícil. Voy a dedicar el último tercio de mi vida a levantar un Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular en Buenos Aires. En este momento en particular, las circunstancias indican que soy el único con la posibilidad de hacerlo. Ese Departamento estará dedicado, además de a la asistencia médica, a la educación de posgrado con residentes y fellows, a cursos de posgrado en Buenos Aires y en las ciudades más importantes del país, y a la investigación clínica. Como usted puede ver, seguiremos los principios de la Cleveland Clinic”.

Una vez más surge la faz de educador-formador que distinguió a Favaloro. No por nada recalcaba que era su anhelo el que se lo recuerde como docente más que como cirujano, con el orgullo que desde el seno de su Fundación se formaron más de cuatrocientos médicos provenientes de nuestro país y de América Latina.

La educación fue otro punto saliente que don René destacó en la figura del Padre de la Patria. San Martín fue un excelente militar, un político consumado y un notable formador y educador. Con la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo (16 de marzo de 1812) buscó formar un cuerpo modelo, con rígidas reglas por él instituidas, para darle a la patria un ejército altamente profesional, del que por entonces carecía.

No obstante, tenía muy claro que el éxito de las armas obtenido bajo su mando debía afianzarse con la educación, y que era decisivo formar al soberano: “Para defender la libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral”. Por ello, mientras libertaba naciones, fundaba bibliotecas, sabía muy bien y así lo sostenía: “Las bibliotecas, destinadas a la educación universal, son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.

Favaloro estudió con detenimiento la vida y obra del Padre de la Patria, con la particularidad de no haber dejado solo en el ámbito de la palabra o del estudio la inagotable fuente de valores e inspiración que nos legó San Martín. Esas enseñanzas no cayeron en saco roto en la vida del inventor del bypass aortocoronario.

Don René comprendió que no había mejor faro para una sociedad que el legado sanmartiniano, y comprometido como era con su país y con el tiempo histórico en el que vivió, volcó su admiración y su conocimiento sobre el prócer, no solo con la publicación de los dos libros ya referidos, sino además dictando conferencias tanto en el país como en el exterior, con el objeto de difundir la trayectoria, la personalidad y el ideario del Libertador, motivo por el cual el Instituto Nacional Sanmartiniano decidió distinguir en vida al doctor René Favaloro (abril de 1990), premiándolo con las “Palmas Sanmartinianas”, máxima distinción otorgada por tan prestigiosa institución.

Sirva entonces esta pequeña y humilde evocación para que nuestra sociedad se aferré con fuerza y convicción a las lecciones impartidas por San Martín, y como Favaloro, las pongamos en práctica en nuestras acciones, materializándolas sobre la base de tan elevados principios. De esa manera pondremos en valor lo dicho por el presidente Nicolás Avellaneda en su célebre discurso del 5 de abril de 1877, cuando convocó al pueblo todo para concretar la repatriación de los restos del Libertador. En dicha ocasión señaló: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”.

Extraído de: Infobae.com.ar | Historia

 

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