Googlealizados – Revista Nueva

Googlealizados – Revista Nueva

Noviembre de 2017 –  Opinión del Dr. Agustín Ibáñez, Director del Instituto de Neurociencias Cognitiva y Traslacional (INCyT), y Docente de la Lic. en Psicología de UF.

Las nuevas tecnologías nos facilitan el día a día… ¿y atentan contra nuestra capacidad de memoria y atención? Cómo Google y sus secuaces conquistaron la mente humana.

¿Cuándo fue la última vez que recordó un número de teléfono? ¿Difícil pregunta, querido lector? Quizás ese sea el primer eslabón, el más sencillo ejemplo, de cómo la tecnología, poco a poco, interfirió en nuestro pensamiento, en qué tipo de datos almacenamos en nuestra memoria y de qué manera.

Uno de los referentes que reflexiona acerca del tema es el inglés Nicholas George Carr, autor del libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? El experto en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), y asesor de la Enciclopedia Británica, asegura que los avances tecnológicos nos cambiaron drásticamente. Y que lo nota, sobre todo, cuando lee. “Antes me sumergía en un libro y era capaz de devorarme sin parar página tras página durante varias horas. Pero ahora me distraigo, me desconcentro y termino inquietándome”, sostiene quien escribió en la revista The Atlantic el provocador artículo “Is Google making us stupid?” (¿Está Google volviéndonos tontos?).

Según el británico, el uso excesivo de Internet modela el proceso de pensar. En esa misma línea, varios especialistas concuerdan en que, en la actualidad, se impone con frecuencia el “efecto Google”. En cualquier reunión, o incluso en soledad, un interrogante nos invade y ¿quién aparece? Sí, el “salvador”. “Como motor de búsqueda, Google pasaría a ser una especie de memoria externa a la cual podemos acceder a través de nuestros celulares. Por ese motivo, nuestra memoria va adaptándose y enfocándose quizá más en el procesamiento de la información que en el almacenamiento. Lo que se estimula es la flexibilidad cognitiva”, explica, pausada y científicamente, la médica psiquiatra Carolina Quantin, integrante del Centro de Investigaciones Médicas en Ansiedad (IMA).

“Como motor de búsqueda, Google pasaría a ser una especie de memoria externa a la cual podemos acceder a través de nuestros celulares”.  – Carolina Quantin

Las nuevas tecnologías se entrometen en el devenir diario con nuestra total aprobación. “Así, impactan en los procesos conscientes e inconscientes, en la inteligencia, el aprendizaje, la memoria, la comprensión, el conocimiento, las emociones, la creatividad, la intuición, el lenguaje y la cognición social”, dice Agustín Ibáñez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (INCyT) e investigador de la Universidad Adolfo Ibañez, de Chile. Y aquí se cuela lo que algunos neurocientíficos destacados –como Andy Clark– denominan “mente extendida”: nuestro universo mental se expande naturalmente con los desarrollos tecnológicos. “Desde el punto de vista cognitivo, las tecnologías incrementan los alcances de nuestros procesos mentales hasta límites insospechados. Hoy por hoy, podemos recordar, saber, conocer, comunicar e interaccionar mucho más que sin ellas. Pero, tal vez, la pregunta que más preocupe sea hasta qué punto eso no se produce reduciendo, distorsionando y minimizando procesos mentales internos y de interacción que alguna vez fueron fundamentales para el aprendizaje y la cognición humana”, advierte Ibáñez.

Así las cosas, se reformula la dicotomía sobre si nuestra capacidad de pensamiento mejoró o empeoró. “Simplemente, cambió –sentencia Verónica Tamburelli, licenciada en Psicología, socia fundadora de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad–. Vivimos en un mundo en constante transformación y evolución, lo que modifica permanentemente nuestro modo de razonar. ¿Por qué? Porque el cerebro se va alterando de acuerdo con nuestra interacción con el medio ambiente, con nuevas experiencias, etcétera. Seguramente, un cerebro estimulado tendrá un mayor número de conexiones neuronales que otro que haya recibido poco estímulo, sobre todo en los primeros años de vida”.

Vivimos en un mundo en constante transformación y evolución, lo que modifica permanentemente nuestro modo de razonar”.  – Verónica Tamburelli

Multitasking digital*
Es necesario comenzar a evaluar este fenómeno, que involucra una continua interrupción de la atención sostenida, lo cual podría ser perjudicial para la consolidación del conocimiento. Por otro lado, imaginemos qué pasaría si, en este preciso momento, nos quedáramos sin acceso a nuestro celular –y, por ende, a Internet– durante cinco días: perderíamos memoria, cognición social, comunicación y ubicación espacial. Estos cambios son tan invisibles –en el sentido de que ni siquiera nos damos cuenta de lo rápido que ocurren, y se vuelven naturales en nosotros– y acelerados que no nos es posible dimensionar concienzudamente cómo impacta la tecnología en los universos internos de la mente y en nuestra sociedad. Toda la cognición está sometida a una especie de regla darwiniana: la función que no trabaja se deteriora. Inevitablemente, pasamos a ser cada vez más dependientes de la tecnología. Por eso, es indispensable empezar a pensar, discutir y anticiparnos a estos cambios tecnológicos.

*Por Agustín Ibáñez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (INCyT).

Al instante
Gracias a nuestros celulares, sabemos que, en un segundo, tenemos disponible un repertorio compuesto por una enorme cantidad de los datos más disímiles. ¿Eso es contraproducente? “La información obtenida a través de Google para datos sencillos y de poca relevancia puede ser muy útil. Pero para casos más complejos, y como única fuente, puede generar angustia y confusión. Son muy frecuentes las consultas a sitios de salud, puntualmente para realizar un diagnóstico casero o interpretar algún estudio. Resulta clave identificar las páginas correctas para que Google nos sume y no nos reste”, explica Quantin.

Lo curioso y anecdótico del proceso es que, luego de adquirir el conocimiento, lo desechamos al instante, por lo poco que costó hacerse de esa información. ¿Para qué retenerla si podríamos adquirirla de nuevo cuando lo deseáramos? “El uso de la memoria se torna menos imprescindible cuando contamos con memorias extendidas en Internet. Sin embargo, desde hace milenios, nuestro cerebro incorpora conocimiento a través de un conjunto de acciones formales y controladas que guían ese proceso: mediante la atención sostenida –que permitió el desarrollo de la pintura, la música y la arquitectura– y mediante la educación escolar –que nos posibilitó construir ciudades, comprender culturas remotas o superar las limitaciones materiales–. Ambos parecen estar mutando con la revolución tecnológica. Respecto a la atención sostenida, tiende a reducirse, se interrumpe continuamente, y los canales de información se multiplican. En cuanto a la educación, somos testigos de un paradigma sin precedentes: los docentes ya no son los poseedores exclusivos del conocimiento, sino que este se encuentra más allá de las paredes de las escuelas: en la Red”, define Ibáñez.

Otro tema no menor que se cuela en esta problemática es la ansiedad. Quienes la padecen conocen a la perfección la soledad y la desesperación que puede acarrear. Desde su experiencia, Tamburelli afirma: “Si bien el cerebro se va adaptando, la velocidad y la cantidad de información con la que contamos pueden resultar abrumadoras. Antes, el procesamiento de la información era lineal; hoy en día, es paralelo. En consecuencia, por ejemplo, podemos mantener varias charlas en diferentes aplicaciones de chat. Esta característica de realizar diversas actividades tecnológicas se denomina multitasking. Hay evidencia científica que indica que los individuos con esta tendencia suelen perderse por estímulos irrelevantes: esto no solo altera su capacidad de atención selectiva, sino que los lleva a cometer errores. Nos hemos acostumbrado –fundamentalmente los niños, los adolescentes y los jóvenes adultos– a la inmediatez. Todo es ahora, y cuanto más rápido, mejor. Esto atenta contra las esperas y los procesos, generando hombres y mujeres con escasa tolerancia a la frustración, irritables, ansiosos. ‘No hay wifi’ se convirtió en una frase temida”.

GPS: de aliado a enemigo
Por singular que parezca, los entendidos coinciden en que el GPS es ideal para ayudarnos a encontrar tal o cual calle pero, paralelamente, funciona como una fuerte anestesia para nuestra capacidad y habilidad de ubicarnos y desplazarnos. Desde el campo de la neurociencia cognitiva y la psicología experimental, Ibáñez ilustra con un ejemplo –curioso y al mismo tiempo esclarecedor– cómo la acción en el ámbito de la cognición espacial llega a moldear nuestros cerebros: “Algunas aves, como el carbonero cabecinegro de Alaska, se enfrentan a condiciones climáticas desfavorables que disminuyen la disponibilidad de alimentos, obstaculizando su obtención. Para sobrevivir, estas especies necesitan recordar la ubicación de múltiples lugares donde hallar comida. Lo que se descubrió es que el cerebro de esas aves presenta mayor volumen en el hipocampo, una de las regiones claves para la memoria espacial”.

Entre los humanos, si hay un grupo de personas con exigencias espaciales comparables a los de estas aves, son los taxistas. A lo largo de varios años, Eleanor Maguire estudió el cerebro de los que trabajaban en Londres, ciudad con un diseño urbano por demás entreverado. Su principal conclusión fue que a mayor experiencia en la profesión (medida en horas de manejo), mayor es el tamaño del hipocampo posterior. El capítulo más reciente en esta historia se escribió en 2014, cuando John O’Keefe, Edvard Moser y May-Britt Moser obtuvieron el Premio Nobel de Medicina por identificar las células cerebrales que sustentan nuestro “GPS interno”. “La actividad espacial asociada a mapas, memoria y acción espacial, y coordinación espacio-tiempo genera una alta especialización de ciertas áreas de nuestro cerebro. Sin embargo, y con las bondades y desventajas que esto conlleva, con Google Maps y muchas otras aplicaciones, ejercitamos mucho menos nuestra memoria espacial”, concluye Ibáñez.

Extraído de: RevistaNueva.com.ar

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