Las emociones profundas, un enigma a develar

Las emociones profundas, un enigma a develar

8 de junio de 2017. Columna del Lic. Martín Reynoso, Director y docente en posgrados de Neurociencias en UF.

Comprenderlas y aceptarlas.

Se “esconden” en las profundidades de nuestro ser, a la espera de una resolución o un cambio en nuestras vidas.

Cuando me mudé de mi querida Córdoba a Rancul, La Pampa, padecí una constante ansiedad, que me hizo aumentar de peso y sentirme algo inquieto durante algunos meses. No comprendía a qué se debía, y lo atribuía a ciertas situaciones nuevas que tenía que enfrentar en un contexto desconocido. Con el tiempo y en retrospectiva, puedo aseverar que era un período de angustia seguramente producto del desarraigo. Este fenómeno es bien conocido por los estudiosos de los movimientos poblacionales. Pero esa emoción (la angustia) era tan silenciosa y a la vez activa, que no podía más que padecerla sin siquiera poder describirla.

Este tipo de emociones corresponde a lo que llamamos las “emociones profundas”, singularmente importantes en nuestra vida anímica. Hoy hablaremos de ellas, pero repasemos primero a las más sencillas.

Emociones básicas, aflictivas y altruistas
Las emociones básicas son aquellas que son parte de la vida anímica normal y que podemos sentir en cualquier momento de nuestra vida. Ya los animales las poseen, en una manifestación más simple y rudimentaria. Quizás en el hombre sean más variadas, como la vergüenza, el fastidio, la incertidumbre, todas emociones propias del hombre actual aunque en aquellas culturas primitivas que conservan la organización social desde hace cientos de años (como los pobladores de las islas del Pacífico norte), algunas sean inexistentes como la vergüenza y la envidia.

Estas emociones, que impactan en nuestras mentes y nuestros cuerpos con mayor o menor intensidad, son modos de adaptación que los seres vivos utilizamos para orientar nuestra conducta frente a distintos estímulos, a veces externos y en otras internos (pensamientos por ejemplo).

También hemos hablado anteriormente de dos tipos específicos de emociones, pertenecientes al ser humano: las aflictivas, que son aquellas que se producen en reacción a ciertas emociones displacenteras (como el enojo); y las altruistas, que son las desarrolladas por un sentido de reciprocidad y conexión amorosa con los demás seres humanos.

Pero como mencionábamos antes, hay una gama de emociones muy importantes y a veces camufladas que podríamos llamar “emociones profundas”, y que están en nuestra mente irradiando continuamente sobre nuestra vida anímica.

Abrir la caja negra

Dora siente cada tanto que aparece esa desazón y angustia que suele visitarla regularmente. A pesar de que está en una reunión con amigas del secundario, en un lindo restaurante y brindándose la posibilidad de cenar lo que desea, basta que se distraiga un momento para que florezca nuevamente en ella esa sensación. Es como un trasfondo escénico que se ilumina cada tanto y la anoticia de que hay algo mal, algo que no funciona. Ella no se lo explica…o sí, quizás tenga que ver con la pérdida de su tía tan querida que sufrió hace casi seis meses.

Antonio se fastidia casi de continuo en las esperas, en los servicios públicos, en momentos en que no puede controlar algunas cosas. Puede distraerse de su fastidio, pero, como por default, esa emoción surge en los últimos días. En realidad, nunca fue así. Si pudiera reconocer el origen de esto comprendería que no son los factores externos sino una frustración laboral puntual la que precipita estas sensaciones.

Las emociones profundas son “tonalidades afectivas sostenidas en el tiempo”, normalmente asociadas a vivencias que produjeron cierto estado traumático o suponen incertidumbre y que permiten la aparición de otras emociones mientras eventualmente se “esconden” en las profundidades de nuestro ser, pero están ahí, agazapadas, esperando una resolución o un cambio en nuestras vidas.

Pueden representar disconformidad, irresolución, un estado de no aceptación de lo que nos toca vivir, y como no están asociadas a un aspecto externo puntual sino a cuestiones existenciales personales (muchas veces a tareas de ciclos vitales), parecen más silenciosas y a veces inescrutables. De todas formas, y dependiendo de su cualidad subjetiva (positiva o negativa, cuidado que la alegría prolongada por un logro personal, por ejemplo, puede operar como emoción profunda también), predispone a desencadenar emociones básicas específicas. Por ejemplo, cierto estado de incertidumbre y angustia puede predisponer a sentir más a menudo fastidio, resentimiento y autorreproche.

Comprender primero, aceptar después
El primer paso es comenzar a estar más atentos y observar cómo cada tanto emerge ese estado anímico solapado en nosotros. Esto no es tan difícil de lograr. Por el contrario, lo que sí suele serlo es descubrir a qué se debe la existencia de la emoción profunda en nosotros, ya que no siempre es tan claro el origen y mantenimiento de la misma. Hay algunas, como la angustia, la incertidumbre y el desasosiego que realmente pueden significar un mensaje encriptado para nuestra cognición. Seguramente la atención terapéutica es el mejor método para avanzar en este descubrimiento. La meditación es otra herramienta valiosa para indagar en las emociones profundas, aunque a menudo es necesario una guía para avanzar en tal camino.

El segundo paso, una vez colegido el origen y la manifestación de la emoción profunda, es la aceptación de ese estado anímico. Cualquier modificación que podamos hacer será más rápida y efectiva si tenemos la disposición a valorar lo que nuestra intuición nos está comunicando y darle la importancia necesaria sin juzgarla ni querer eliminarla. Además, será necesaria mucha paciencia porque en muchos casos la disolución o transformación de este estado puede ser un ciclo prolongado que va más allá de nuestras apresuradas expectativas.

En cualquier caso, honrándolas y dándoles el “espacio” que merecen en nosotros como comunicadoras de un mensaje profundo de nuestra existencia, seremos justos con ellas y las utilizaremos como peldaño indispensable para un crecimiento de nuestra sabiduría.

Extraído de: Clarín.com – Buena Vida, Ser Zen

 

Compartir en: