La química de la atracción
4 de mayo de 2016.
Columna del Dr. Facundo Manes, Rector de la UF.
La ciencia ha estudiado qué sucede en nuestro organismo cuando alguien nos atrae, nos enamoramos y decidimos (o, al menos, eso deseamos) compartir el resto de nuestras vidas con otra persona. Por supuesto que sabemos que se trata de un proceso social complejo que involucra una multiplicidad de factores. Pero también que la ciencia puede ayudarnos a entender un poco más de ese proceso que, a veces, nos parece tan sobrenatural.
Hemos dicho en varias oportunidades que el amor modifica nuestro cerebro. Las personas profundamente enamoradas tienen fuertes manifestaciones somatosensoriales: sienten el amor en su cuerpo, en sus mentes, están más motivadas, tienen mejor capacidad para enfocar su atención y reportan sentirse más felices. Esto se debe, en parte, a que aumentan los niveles de dopamina. Este mensajero químico puede provocar sentimientos tan agudos de recompensa que hace que el amor nos genere uno de los momentos de mayor bienestar.
Qué sucede en nuestro cerebro para que nos enamoremos y nos comprometamos con una persona en particular
Ahora bien, qué sucede en nuestro cerebro para que nos enamoremos y nos comprometamos con una persona en particular. Se ha distinguido que hay una hormona que juega un rol crucial en el establecimiento e inclusive en el mantenimiento de lazos afectivos. Se trata de la oxitocina, una hormona que libera el cerebro en la interacción de padres e hijos y también frente a la presencia del ser amado. Distintos estudios demostraron que la oxitocina impacta en el aumento de la confianza en los demás, el contacto visual y la empatía. Su rol en la mejora de algunos mecanismos clave en la interacción social lleva a pensar en las implicancias clínicas que puede tener esta hormona para el tratamiento de desórdenes como los trastornos del espectro autista o la esquizofrenia
Existen otros factores que pasan generalmente inadvertidos para nosotros y, sin embargo, influirían en la atracción entre las personas. Hace ya algunas décadas el psicólogo alemán Eckhard Hess estudió cómo el tamaño de la pupila afecta en la atracción hacia el otro y cómo los demás, sin darse cuenta, perciben esos cambios. En un experimento se presentaban dos imágenes casi idénticas de una mujer, pero con una ligera alteración en sus pupilas: en algunas fotos las pupilas aparecían dilatadas y en otras no. Como resultado se registró que las personas tendían a preferir las fotos en las que la mujer estaba con las pupilas dilatadas. A pesar de que las personas no manifestaban notar diferencias en el tamaño de la pupila en las fotos, este cambio sutil pareció influir inconscientemente en el nivel de atracción que sentían por quien estaba fotografiada y solían referir que la elegían porque era “más suave”, “más femenina” y/o “más bonita”. De la misma mujer, cuando tenía las pupilas más pequeñas, decían que se trataba de alguien “fría”, “dura” y “egoísta”. ¿Por qué sucedería esto? Las investigaciones dieron cuenta de que el tamaño de las pupilas de la mujer aumenta cuando mira a su enamorado durante la ovulación. Esta dinámica estaría ligada a una fórmula para promover el éxito reproductivo y la perpetuación de la especie.